La Palabra de Dios en la Divina Liturgia
El término liturgia (en griego: obra del pueblo) es un concepto importante en la vida diaria de los cristianos ortodoxos. Con liturgia se designa el conjunto de oraciones comunitarias que el pueblo ortodoxo celebra en todos sus aspectos: textos, lugares, tiempos, símbolos, gestos y utensilios. La liturgia es el servicio de adoración que ofrece el pueblo a Dios.
Y de entre todos los servicios litúrgicos, el más importante es el del sacramento de la Eucaristía, al que llamamos La Divina Liturgia (el equivalente romano sería la misa) por ser ahí donde se conmemoran los fundamentos de la enseñanza cristiana y se recibe el sacramento divino de la comunión con el Señor. Este servicio es el que con más claridad refleja el verdadero sentido del culto cristiano y, por su valor sacramental y su frecuencia de celebración, es el eje central de todas las oraciones comunitarias.
Este artículo estudia el lugar que la Biblia tiene en la Divina Liturgia a fin de comprender mejor la presencia de la Biblia entre los miembros de la comunidad de fieles.
El Uso del Evangeliario en la Divina Liturgia
A la comunidad se la convoca siempre alrededor del altar sobre el cual se encuentra permanentemente un libro llamado el Evangeliario. Un Evangeliario contiene las lecturas diarias de los cuatro evangelios para todo el año litúrgico. Este libro comprende la enseñanza de Nuestro Señor Jesucristo, ofreciendo así un acceso especial al resto de las Sagradas Escrituras a las cuales también representa sobre el altar. Durante la celebración de la Divina Liturgia el sacerdote transportará y moverá este libro varias veces con gestos y acciones simbólicas.
La Divina Liturgia comienza con la exclamación del sacerdote "Bendito sea el Reino del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos." Durante esta exclamación el celebrante hace la señal de la cruz sobre el altar sosteniendo el Evangeliario con ambas manos. Esta señal de la cruz evoca la pasión de Cristo que combinada con la exclamación del Reino dicha por el sacerdote nos recuerdan inmediatamente la figura del cordero inmolado de la que habla el libro del Apocalipsis. Tal como lo muestra el texto abajo, el cordero del Apocalipsis está sentado en el trono divino y reina después de haber sido sacrificado. Esta figura es primordial para entender el servicio eucarístico y se encuentra en el precioso libro de la Revelación de San Juan que contiene, entre otras cosas, un profundo mensaje litúrgico puesto que permanentemente presenta a la comunidad de fieles reunida al rededor de su Creador e invocándolo. Leamos Ap 5:6-12:
"6 Entonces vi un cordero que parecía haber sido inmolado: estaba de pie entre el trono y los cuatro seres vivientes, en medio de los veinticuatro ancianos… 7 El cordero vino y tomó el libro de la mano derecha de aquél que estaba sentado en el trono. 8Cuando tomó el libro los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron ante el Cordero. Cada uno tenía un arpa y copas de oro llenas de perfume que son las oraciones de los santos 9 y cantaban un canto nuevo diciendo: Tú eres digno de tomar el libro y de romper los sellos, porque has sido inmolado, por medio de tu sangre has rescatado para Dios a hombres de todas las familias, lenguas pueblos y naciones. 10 Tú has hecho de ellos un Reino Sacerdotal para nuestro Dios y ellos reinarán sobre la tierra. 11 Y después oí la voz de una multitud de ángeles que estaban alrededor del trono, de los Seres Vivientes y de los Ancianos. Su número se contaba por miles y millones 12 y exclamaban con voz potente: El Cordero que ha sido inmolado es digno de recibir el poder y la riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor, al gloria y la alabanza."
Todas estas cualidades: "el poder y la riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor", son las de un rey que reina con justeza y en cuya presencia está reunida la Iglesia para adorarle para siempre con devoción.
Después de la exclamación de apertura el sacerdote deposita de nuevo el evangeliario sobre el altar y más precisamente sobre el ANTIMENSIO que todavía está cerrado.
El antimensio es uno de los utensilios litúrgicos indispensables para la celebración de la eucaristía. Son dos paños rectangulares superpuestos entre los cuales se han colocado algunas reliquias sagradas y se los ha cosido. Sobre el antimensio abierto se colocarán después los dones que van a recibir la bendición del Espíritu Santo para su consagración. Pero antes de que este antimensio se pueda abrir y la celebración eucarística tenga lugar, o sea antes de que se pueda retirar el Evangeliario del lugar donde está, debe el sacerdote cumplir con un ritual esencial: Tomar el libro en procesión entre el pueblo que para este fin se pondrá de pie, luego tendrá que leer de este libro la lectura correspondiente a ese día y finalmente tendrá que predicar las palabras leídas a fin de que sean actualizadas y entendidas por el pueblo congregado. Recién entonces se colocará el Evangeliario a un costado del antimensio y la parte eucarística de la Divina Liturgia se inaugurará con la apertura del antimensio sobre el altar.
La Biblia como eje central de la Divina Liturgia
La sucesión de los rituales recién descriptos expresan sin duda alguna el rol constitutivo que tiene la Biblia en la comunidad, puesto que las variadas tradiciones de las liturgias de los cristianos orientales (la griega, la rusa, la siriana, la armenia) prescriben siempre que a la ofrenda de los dones a consagrar le antecede siempre la lectura festiva de las Sagradas Escrituras y su interpretación. Cabe aquí mencionar que en la Divina Liturgia no se leen sólo perícopas de los Evangelios. A la procesión con el Evangeliario le sigue la lectura de un texto de las Epístolas. Lamentablemente las lecturas del A.T. se han ido desplazando del servicio eucarístico al servicio de las vísperas que aunque en los monasterios se celebra todos los días, la mayoría de las parroquias en ciudades y pueblos lo omite. En este sentido, es necesario que la Iglesia Ortodoxa reincorpore a la cadena de lecturas de la Divina Liturgia, los párrafos del Antiguo Testamento designados para el servicio de las vísperas.
Nicolás Cabasilás, un prominente teólogo griego del siglo XIV interpreta este fenómeno de la necesidad de las lecturas antes de la celebración eucarística en su Comentario a la Divina Liturgia (Traducido al inglés por Hussey y Nulty. London, 1966). Cabasilás escribe que las lecturas que aquí se realizan sirven de preparación para los fieles dispuestos a recibir la consagración de los dones y que la manera más perfecta en la que el Señor se manifiesta es a través de su Palabra. El orden Leer-Interpretar-Consagrar resulta de una interpretación consecuente de la enseñanza apostólica de la que San Pablo no habla en Rom 10:14.17:
“14 Pero ¿Cómo invocarlo sin creer en él? ¿Y cómo creer sin haber oído hablar de él? ¿Y cómo oír hablar de él, si nadie lo predica? ... 17 La fe, por lo tanto nace de escuchar (la predicación) y la predicación se realiza en virtud de la Palabra de Cristo.”
Este párrafo muestra uno de los aspectos más importantes del pensamiento paulino y por lo tanto del pensamiento cristiano: No puede haber una comunidad cristiana creyente si no se escucha la predicación de la Palabra del Señor Jesucristo. Este principio se vive todos los domingos en la celebración de la Divina Liturgia cuando los cristianos convocados leen y escuchan festivamente la Palabra para volverse a través de la participación mística y sacramental del Cuerpo y la Sangre de Cristo un cuerpo que obra en armonía tal como Pablo lo dice en 1Cor 10:16s:
“16La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? 17 Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque participamos de ese único pan.”
Y es de esta manera como el servicio dominical de la Divina Liturgia se puede denominar CULTO VERBAL (traducción propia de la frase griega: logike latreia). Esta frase de Rom 12:1 resalta la necesidad del hablar, del escuchar y del entender que uno tiene para poder creer en el mensaje cristiano y expresarlo así en la vida diaria en el trato justo y caritativo al prójimo.
Después que los fieles han participado de la comunión el Sacerdote vuelve a doblar el Antimensio y coloca de nuevo el Evangeliario encima de él el cuál quedará ahí como sobre un trono hasta la próxima celebración.
Todo templo ortodoxo tiene entonces en el santo altar, en el lugar donde sólo el Sacerdote y sus asistentes pueden entrar, y más precisamente sobre la mesa del sacrificio siempre un Evangelio puesto. Toda la comunidad creyente entiende que este libro está ahí como símbolo permanente de la presencia de Dios y su Reino, y es por ello se inclina cada vez que entra en el templo.
Conclusiones
Vemos así que la Biblia y en particular el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo son el eje central de la tradición ortodoxa, la cual no hace más que venerar y conservar las verdades de este Libro Vivificador.
Cuando se designa a la Iglesia Ortodoxa como la iglesia de la liturgia, la espiritualidad y el incienso no se debe olvidar que estos tres están en función del Libro que ella deposita sobre el altar como eje central del culto y de la vida de sus creyentes, no sólo en el templo y en la oración sino en cada acción comprometida y seria con el prójimo siguiendo el modelo del Señor que no dijo no a la Cruz a fin de salvar a toda la humanidad.
excelente, explicacion practica.
ResponderEliminarQué hermosura...! Encontré una parte en mi Salterio y ya días la estaba buscando completa...muchísimas gracias!.
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